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La de la foto es Rosita, mi abuela. |
Todos los sábados las seis hijas (mi
madre y mis tías) de mi abuela y casi toda su descendencia se reúnen en su casa
para tomar café con horneados. Tiene 17 nietos y 4 bisnietos; 6 yernos y dos
nietos políticos, así que se imaginarán el gentío, la bulla y la vida en esa
casa. Es un vínculo muy lindo, lazos familiares que se han ido tejiendo entre empanas y café.
En la mesa hay café, té, azúcar y una tetera de agua caliente. Sus tazas
de diferentes diseños y tamaños, conserva algunas floreadas de diseño de
antaño. Cuando nos sentamos todas las mujeres empezamos a hablar temas
diferentes, una habla con una, otra con otra, todas con todas y mientras los
niños corretean, gritan y ríen, mi pobre abuelo dice “gracias” y se levanta sin
hacer ruido, los varones que se atreven a compartir el café de la siesta
disfrutan callados sus empanadas. Van llegando los nietos y la mesa se recoge y
se pone tres veces, cada quien hace el trabajo y alguna de las hijas se turna
para lavar el servicio.
¡Cuidado que llegués tarde! No
vas a encontrar nada, pero sí a Rosita.
Rosita, como yo solamente le
digo, hace las mejores empanadas fritas, los mejores tamales, el mejor pastel
de choclo, el mejor masaco, el mejor sonso/zonzo, los mejores cuñapés… todo muy
riiiiiiiiiico. Siempre dice que está cansada y que ya no va a hacer más (ojalá
nunca llegue ese día).
Aunque no me quiera contar sus
secretos yo sé que el mejor guardado es el Amor porque el amor nos une.